Ruido interno

Ruido interno
Ruido interno

 

Muchas veces sólo quiero llorar hasta ahogarme. Y otras quiero recurrir a la violencia física conmigo mismo.

A veces no entiendo qué es lo que hago mal, o qué debería hacer para no sentirme así de mal.

Los ataques van y vienen, vienen seguido y, a veces, se quedan.

Quizá mi enojo no sea con alguien en específico, sino conmigo mismo. Siempre fue así y así va a seguir siendo. Pase lo que pase siempre voy a pensar que soy yo la que hace las cosas de la manera incorrecta.

A veces me siento bien, me quiero e incluso lo demuestro. A veces (a menudo) me siento mal, me odio y me lastimo.

Me lastimo de todas las maneras posibles, y, quizá, hasta dejo que otras personas me lastimen.

El castigo mental es diario. Y gracias a eso, mi insomnio también lo es. Cuando no puedo dormir, dibujo cosas sin sentido, como ahora. Dibujo y después borro, y, quizá, después me arrepiento.

En las tardes no existo, simplemente duermo todas las horas que no duermo durante la noche. Y mi rendimiento escolar baja, y mi autoestima también. Y mi apetito es poco, y mis ganas de seguir también. Y mi sueño es alto, y mis ganas de ser una persona distinta también.

Cuando no puedo dibujar, escribo, y cuando no puedo escribir, no dibujo. Me gustaría poder hablar más, ser sincero con las personas que me rodean y dicen quererme.

Lo único que sé que estoy haciendo bien es aceptar que estoy haciendo las cosas mal, aceptar que lentamente estoy decayendo, que el estrés se acumula, y que la tristeza va de la mano con el odio siempre.

 

 

 

Nada

Llorarte
Nada

Toda historia tiene un inicio y esta es la mía. Una historia mezclada de dolor y las tintas de los comics, la historia más agobiante y profunda que he vivido y sentido…

Todo comenzó con el fin de mi periodo escolar, solo, en la casa de un familiar como cualquier otro. Un infante lleno de inocencia, lleno de sueños, lleno de pureza, jamás me iba a imaginar lo que ese día pasaría. Mi madre jamás pensó que la ausencia sería la culpable de lo que. a partir de ese día. me sucedería. De solo recordarlo, las lágrimas brotan de mis ojos; era tan puro, tan ignorante, tan inocente y estúpido, con solo 5 años de vida, solo pensaba en qué dibujar e iluminar. Me creía «todo un soñadorcito —decía mi mama—. Tan pequeño y con alma de artista». Solo, fui víctima de las acciones de un mundo corrompido.

Mi soledad me hizo refugiarme en mis «comics» y él, valiéndose de que la casa estaba sola siempre, aprovechaba para divertirse. Y qué más daba, si me daban compañía y aparentaban quererme.

Me convertí en su «sirviente», el que les trae el refresco y trae papas, pero ese día nadie fue, solo unas sombras de soledad y maldad pidieron entrar. Mi necesidad de compañía dejó pasar a esos monstruos con forma de adolescentes, aprovechando la necesidad de cariño y afecto que en mi existía. Me pidieron favores que pronto se convirtieron en peticiones, «quítate la ropa», decían. El pudor y la vergüenza surgían en mí, pero la insistencia de ellos y los chantajes por cariño me orillaron a hacerlo.

Aún recuerdo con pesar esas manos ensuciando mi cuerpecito; esa boca envenenando mi piel; esas palabras hirientes que me hacían sentir lo peor del mundo; ese sentimiento de inferioridad y dolor que no me dejaba hablar; ese miedo que no me permitía gritar y pedir auxilio; ese cuerpo sobre el mío, aplastándome y no dejándome respirar. Mientras lloraba e intentaba agarrar aire, solo podía sentir su respiración y las palabras que él me decía, al terminar su faena solo se vistió y se fue, dejándome ahí tirado, llorando, implorando piedad.

Me sentía sucio, usado, sin valor, sin importancia, sin nada por lo que valiera la pena mi vida. Los días pasaron y él seguía visitándome. A veces me hacía sentir especial, él decía que me compraría el próximo número del Hombre Araña, Batman, Capitán América y otros comics, y mi sentimiento de culpa y miedo, crecía. Era como un títere al que le decían que hacer o hacia dónde moverse.

Pensar en esto me hace recordar todas las noches en que le pedía a una estrella que lo hiciera desaparecer, que regresara el tiempo a cuando todavía estaba «completo», a esos momentos cuando no me tocaban. Y le pedía a Batman ser escuchado y que llegara a salvarme; ¡ese instante en el que le rogaba por un milagro! Pero ¿saben?, ese milagro jamás llegó; siempre estuve solo.

El tiempo pasó, los días seguían igual, las prácticas aberrantes continuaban día tras día, hasta que los gritos de dolor y sufrimiento, mientras me sentía desgarrado por dentro, lo hicieron detenerse. Lo hicieron temer y dejarme solo, ese fue el último día que me toco. Pero los abusos verbales y físicos continuaban, las amenazas seguían, los golpes, las humillaciones.

Con el tiempo me aleje del mundo, pues a todo le temía, sentía que todos me lastimarían, eso me hizo víctima de humillaciones y groserías, pues no es normal que un niño se rodee de puras historietas.

Pasaron años, el sentimiento de malestar y dolor seguía latente, la suciedad habitaba en mí y llego mi «tío», ese de toda confianza, el que me cuidaría para que no estuviera solo, el que me trataba con amor y cariño, el que me hizo olvidarme de todos mis problemas y me amaba sobre todo.

Él decía que sus amigos eran muy buenos, que me querían, que no me lastimarían, me comenzó a indicar que les hiciera caso en todo y se iba, me dejaba a su merced, los amigos de mi tío eran buenos, me decían cosas bonitas, me hacían sentir «especial». Y, de repente, comenzaron a tocarme, a acariciarme, a decirme que me amaban. Y yo ahí, con ese vacío interior; esa necesidad de cariño, esa sensación de malestar, ese dolor al sentir cercanía, varios fueron los amigos de mi tío, que peleaban por estar conmigo y yo, el objeto, solo esperando por mi próxima humillación. Esperando por más dolor y sufrimiento, esperando por lo que venía.

Al final, de nuevo, amenazas; de nuevo dolor; de nuevo temor y sufrimiento. Mi adorado tío quería que guardara silencio a cambio de historietas, de dulces a cambio de mi alma.

Este secreto hasta ahora sigue oculto, sigue solo en mi mente, sigue siendo solo mío. El dolor que me causa es indescriptible, el sentimiento de malestar y sufrimiento sigue tan latente como hace varios años. Recuerdo todo como si hubiera sido ayer. El suicidio fue mi opción más cercana, jamás lo logré. Supongo que soy demasiado cobarde para hacerlo. Sigo vivo, pero muerto por dentro, como un caparazón hueco, sin esperanza de ser llenado. Lo que me robaron fue lo que jamás se debería de perder: me robaron la inocencia. Ese hueco sigue y quedara en mí, pero sigo sobreviviendo, sigo respirando, lo que indica que sigo estando vivo y mientras mi corazón no deje de latir, jamás dejaré de luchar…

Los días pasaron, la depresión seguía, cada día me encontraba más sumido en una gran tristeza y desolación, hasta que decidí hacer algo por mí mismo y comencé a contar mi experiencia a mi persona favorita. La verdad, es la mejor amiga que pude pedir. Su cariño, confianza, amistad, me ayudó enormemente a salir adelante. Ahora he descubierto un mundo que pasaba desapercibido ante mis ojos y me ayudó como jamás pensé que alguien lo haría, y ahora se encuentra a mi lado en los momentos más difícil y eso es algo que le agradezco infinitamente.

Aunque aún existe días en los cuales despierto con monotonía y tristeza, conforme los días pasan, las cosas mejoran. Sueño con el día en el que pueda despertar sin el recuerdo en mi mente, pero si no llegara a lograrlo, sé que puedo vivir así y ser mejor que ayer y estoy seguro de que aprenderé a vivir con ello y saldré adelante porque soy hombre, soy sobreviviente y merezco sonreír.

 

Nada.